25 jun 2008

El Caserío de San José rinde homenaje a Antonio de Frutos Sualdea

En recuerdo de Antonio de Frutos Sualdea
El Caserío de San José rinde homenaje a este hijo suyo, asesinado por ETA en 1976 en el municipio guipuzcoano de Legazpia Guillermo Herrero - Caserío de San Jose.
23/05/2010 (EL ADELANTADO)

El Caserío de San José, núcleo perteneciente a Valtiendas, homenajeó ayer a un hijo suyo, el guardia civil Antonio de Frutos Sualdea, asesinado por ETA el 3 de mayo de 1976. El momento central del acto tuvo lugar cuando la viuda del fallecido, María Martín, en compañía del alcalde de Valtiendas, José Melero, y el coronel Tomás Navarro, Jefe de Línea de Villareal de Urretxu en el momento del atentado, descubrieron una placa en la casa donde nació el guardia civil, el 24 de abril de 1932.
En un emotivo homenaje, al que asistieron numerosos vecinos del Caserío de San José y de pueblos cercanos, el alcalde de Valtiendas recordó que la corporación acordó, por unanimidad, dedicar a De Frutos la Plaza Mayor de su lugar natal. En su discurso, el regidor alabó la entrega de De Frutos “que nos fue arrebatado por el fanatismo”, para concluir señalando que su memoria “estará siempre con nosotros”.
En nombre de la Guardia Civil tomó la palabra el general Alfonso Escuer, Jefe de Línea de Mondragón en el momento del atentado, quien calificó a De Frutos como “un hombre ejemplar”, cuya muerte hizo más fuertes a sus compañeros, “empeñados desde entonces en velar sin descanso por la libertad de todos”. Por su parte, la subdelegada del Gobierno, María Teresa Rodrigo, remarcó que el acto de ayer era “de justicia”, pidiendo disculpas a la familia de De Frutos por la tardanza en su realización. Rodrigo alabó la fortaleza de la viuda, María Martín Peña, de la que dijo que “supo sobreponerse del asesinato de su marido y educar a sus hijos en sentimientos nobles”.
Finalmente, María Teresa de Frutos, hija del homenajeado, agradeció a los vecinos del Caserío de San José “el haber abierto sus brazos” tras el asesinato de su padre, lo que convirtió al pueblo “en el refugio” de la familia. La hija del guardia civil afirmó haber conocido “el horror” en el País Vasco, por lo que dijo felicitarse de que ahora “se reconozca el trabajo por la paz de los que perdieron su vida en defensa de todos nuestros derechos”. Para acabar el acto, dos guardias civiles depositaron una corona en un monolito que se ha colocado en la ya Plaza Antonio de Frutos, en el que aparece el símbolo de la Guardia Civil y las palabras honor, lealtad y sacrificio.

Un cruel atentado.- El 3 de mayo de 1976, sobre las 09,00 horas, se tuvo conocimiento en el cuartel de Legazpia (Guipúzcoa), que había sido colocada una bandera, entonces prohibida, en la presa Patricio Echeverría, en el barrio Urtázar. Entonces, el comandante de puesto, decidió que el cabo primero Antonio de Frutos y los guardias civiles Antonio Pinzón y Ángel Arias se dirigieran al lugar. Una vez allí, y tras observar que la bandera se encontraba "trampeada", el segoviano decidió que los otros dos guardias civiles permanecieran en el lugar, para evitar que el artefacto pudiera dañar a las personas que podían transitar por el lugar. Mientras, de Frutos se marchó con el coche hasta el cuartel, para informar de lo observado y adoptar las medidas pertinentes. Ese habría de ser su último trayecto, ya que allí estaba la trampa, en el estrechamiento de un camino que desde la presa conduce a la localidad. De repente, se escuchó una fuerte explosión. Los dos compañeros de De Frutos acudieron al lugar, observando como la bomba había alcanzado de lleno al vehículo, desplazándolo unos 50 metros del camino. Antonio de Frutos murió en el acto.

Misa funeral en memoria de las víctimas del terrorismo
La alocución para el homenaje a los caídos:

QUE EL SEÑOR DE LA VIDA Y LA ESPERANZA
FUENTE DE SALVACIÓN Y PAZ ETERNA
LES OTORGUE LA VIDA QUE NO ACABA
EN FELIZ RECOMPENSA POR SU ENTREGA.
QUE ASÍ SEA
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Ceremonial en Homenaje a los Caídos por España
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El Ceremonial en Homenaje a los Caídos por España es un acto castrense celebrado para homenajear y enaltecer la memoria de los militares de las Fuerzas Armadas que han fallecido en acto de servicio.
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Durante el acto, además de entonarse el himno a los caídos, se recita el siguiente texto:

Lo demandó el honor y obedecieron,
lo requirió el deber y lo acataron;
con su sangre la empresa rubricaron
con su esfuerzo la Patria engrandecieron.

Fueron grandes y fuertes, porque fueron
fieles al juramento que empeñaron.
Por eso como valientes lucharon,
y como héroes murieron.

Por la Patria morir fue su destino,
querer a España su pasión eterna,
servir en los Ejércitos su vocación y sino.

No quisieron servir a otra Bandera,
no quisieron andar otro camino,
no supieron morir de otra manera.

Más tarde el sacerdote procede a una lectura de significación religiosa:

¡Oh Dios!, Padre nuestro y amigo de los hombres, que premias con generosidad los actos nobles de tus criaturas:
A cuantos hicieron oblación de sus vidas en el servicio de España, concédeles tu amistad y el premio de la vida eterna. Y a nosotros, los que caminamos aún aquí en la Tierra, españoles de diversas creencias religiosas y concepciones de la vida, ayúdanos a estar unidos en la construcción de la paz y de la justicia.

Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Himno que se entona en homenaje a los que han muerto realizando actividades militares

Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque mórimos no somos,
carne de un ciego destino.

Tú nos hiciste, tuyos somos,
nuestro destino es vivir,
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.

Cuando la pena nos alcanza
del compañero perdido,
cuando el adiós dolorido
busca en la fe su esperanza.

En tu palabra confiamos
con la esperanza que Tú
ya lo has devuelto a la vida,
ya lo has llevado a la luz.
Ya lo has devuelto a la vida,
ya lo has llevado a la luz

Cuando, Señor, resucitaste,
todos vencimos contigo
nos regalaste la vida,
como en Betania al amigo.

Si caminamos a tu lado,
no va a faltarnos tu amor,
porque muriendo vivimos
vida más clara y mejor.

Es un hombre que se suma a una trágica lista de personas asesinadas por los que son enemigos de la paz.
Con esta misa se pretende recordar a una persona que dio su vida por los ideales y los valores constitucionales de la libertad, la paz y la tranquilidad. Murió por defender dichos ideales. Muchos compañeros de las Fuerzas de Seguridad, concretamente más de 200 de la Guardia Civil, han muerto en estos años por defender esos valores para todos los españoles

Hay que acabar con el terrorismo – hacerlo con la unidad de todos, sin unas palabras más altas que otras, sin inculpar a nadie porque los únicos culpables son los terroristas.


Una familia rota por ETA
Cuatro mujeres solas. El terrorismo destrozó sus vidas hace 25 años. Hoy quieren hablar.
Por Jesús Rodríguez.

Nuestro mundo se desmoronaba. En horas, unos asesinos mandaban a mi marido bajo tierra, a mí me condenaban a la soledad, y a mis tres hijas, a un colegio de huérfanos. Ni siquiera me quedaba una pensión digna para tenerlas conmigo. Lo único que le pido a Dios es que toda esa gentuza de ETA esté en la cárcel hasta que se pudra. Porque a nosotras nos han destrozado la vida”.

Han pasado 25 años, pero María Martín Peña, viuda del cabo primero de la Guardia Civil Antonio de Frutos Sualdea, confiesa que la película de aquel día de mayo de 1976 nunca ha dejado de proyectarse en su cerebro. La tiene siempre presente. Para la historia, Antonio de Frutos es la olvidada víctima número 58 de ETA; para EL PAÍS, el primer atentado terrorista que tuvo que cubrir; para su familia, para María y sus tres hijas –María Jesús, de 36 años, María Teresa, de 35, y Toñi, de 33–, el momento más trágico de su vida. Una sombra permanente. No lo han superado. Nunca lo superarán.

Tenían 12, 10 y 7 años. Aquella mañana no pudieron despedirse de su padre. Salió a trabajar con las primeras luces del día. Desde 1970 vivían en Legazpia. En el humilde microcosmos de una casa-cuartel. Doce familias. Un patio de vecinos en el que los hombres vestían tricornio y uniforme verde oliva. Antonio de Frutos había ingresado en la Guardia Civil 14 años antes, los mismos que llevaba casado con María. Era su vocación. No llegaba a las 40.000 pesetas al mes: “Y eso que tenía mando y cobraba un extra por estar en el País Vasco. Ya antes habíamos estado destinados en el norte. Llegamos a Mondragón de recién casados, en julio de 1962; nuestra hija mayor es vasca. No, entonces no había miedo; lo mismo que después en Legazpia. Salíamos al cine y a bailar; los domingos, con las niñas de paseo. Y la gente decía: ‘Mira qué familia más guapa y más alegre’. Nunca tuvimos un problema”, recuerda María con ese gesto de amargura que no la abandonará en toda la entrevista.

“Después nos mandaron a Riaza, en la provincia de Segovia. Allí nacieron estas dos. Y cuando ascendió a cabo, forzosos a Legazpia. Y la verdad, estábamos bien. Mi marido tenía buenos amigos, y no se crea, no sólo en el cuartel, también en el pueblo, sobre todo el practicante. Las niñas estaban a gusto en el colegio. Las querían mucho. Cuando la muerte de Franco, las cosas se empezaron a torcer. Y Antonio les dijo a las niñas que no explicaran en el colegio en qué trabajaba. Empezó a tener miedo. Un día volvíamos del cine y había mucho revuelo alrededor del cuartel. Habían puesto una bomba. En octubre mataron a tres compañeros en Oñate. Y a otros en Mondragón. Fuimos al funeral, y mi marido y yo nos mirábamos, y yo miraba a las viudas… y no nos salía una palabra. Estuve toda la tarde llorando. No me podía quitar de la cabeza a esa mujer y esos niños… Y mira luego lo que nos pasó a nosotros”.

Pasadas las nueve de aquella mañana, María escuchó una explosión sorda. Lejana. Estaba en la cocina fregando los cacharros del desayuno. “Empecé a ver a gente corriendo por el patio del cuartel. Idas y venidas. Muchos nervios. Y me comencé a mosquear como aquel que dice, porque mi marido había salido a hacer un servicio. Un servicio que ni siquiera le tocaba, pero que había hecho porque era muy responsable. Cuando se despidió, intentó tranquilizarme: ‘No te preocupes, a la una estoy en casa’. No le volví a ver con vida”.

“Mamá nos dijo: ‘¡Id a la ventana y no os mováis hasta que llegue vuestro padre!’. Llegaban los guardias y nuestro padre no estaba. Y mi madre: ‘Niñas, ¿veis a vuestro padre?’. ‘No, mamá’. Y nos pusimos a contar a los guardias y sólo faltaba nuestro padre. Contamos otra vez: sólo faltaba él”. A esa altura de la mañana, los 11 compañeros del cabo De Frutos ya sabían cuál de ellos yacía sin vida en un camino en las afueras de Legazpia. Y en qué condiciones había sido asesinado: un sendero desierto. Una bomba-trampa. Muerte en el acto. Un cuerpo desfigurado. Sus restos, catapultados a 10 metros de distancia. “Nadie me confesaba la verdad; no se atrevían, no sabían cómo decírmelo. Yo escuchaba como entre sueños: ‘Hay un herido. Parece que es en un brazo; no sabemos todavía quién es’. Por fin, alguien me dijo que era mi marido, que estaba con vida. Era mentira. Me fui a casa y me puse a preparar como loca una maleta con su ropa para ir al hospital. Y en esto comienzan a llegar las mujeres de los guardias; alguna vestida de oscuro. Y la mujer del otro cabo, que teníamos mucha amistad, se puso a llorar desconsolada. Y yo: ‘Por favor, dígame cómo está; ¡cómo está! ¿Qué le ha pasado?’. Y ella no paraba de llorar. Y yo: ‘Dígame cómo está, no me engañe, que me temo lo peor’. Por fin lo soltó: ‘Han matado a Antonio’. Me caí desplomada. Cuando recobré el sentido, estaban preparando la capilla ardiente en un garaje del cuartel. No me dejaron ver el cadáver. Me dijeron que estaba destrozado”.

María Jesús, Teresa y Toñi no con templaron esta escena; habían sido enviadas a escape a casa del sargento. Ignoraban la verdad. María Jesús recuerda: “Era todo una nube; nos mandaron con la hija del sargento, que era muy buena chica, y nos dijeron que mi padre estaba grave pero que había esperanzas. A la hora de comer pusieron el Telediario, y de sopetón, la primera noticia: nuestro padre había sido asesinado. Mis hermanas no entendían nada. Yo me puse a llorar y pregunté a la familia del sargento: ‘¿Cómo dicen que le han matado, si nos han dicho que está herido?’. No contestaron. Apagaron el televisor y nos llevaron de paseo al monte. Y la gente que se cruzaba con nosotros se nos quedaba mirando y murmuraba. Todos en Legazpia sabían que éramos las hijas del guardia que habían matado. Volvimos al cuartel a las siete de la tarde. Entrando al patio, nos encontramos a nuestra madre de negro y a nuestro padre en un ataúd. Esa noche no dormimos”.

La tragedia de la familia De Frutos no había hecho más que empezar.

Las deslucidas fotos en blanco y negro de la época muestran el tenso funeral en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Legazpia. Una mujer de luto destrozada y con la cabeza ladeada entre un general de división de la Guardia Civil y un gobernador civil; muchas autoridades, muchos familiares y policías y guardias. Gritos contra ETA que ella no entendía. “Lo enterramos en nuestro pueblo, en Castillo de San José, en Segovia. Y después, todos se fueron. Hubo muchas promesas. ¡Palabras! Cuando todo acaba, te quedas sola. Todo se te viene abajo. Mientras estás arropada por la gente, por la familia, aguantas. Cuando se van, te hundes”.

Unos días más tarde, María tuvo que volver a Legazpia para levantar su casa. Todo estaba como lo habían dejado el día del atentado. “Me temblaban las piernas, no podía ni llorar”. Ocho días más tarde abandonaba el País Vasco. Para siempre. No ha vuelto. Tampoco sus hijas. Un amago de regreso de María Jesús y Toñi el 29 de diciembre pasado, con motivo de un homenaje del Parlamento vasco a las víctimas del terrorismo en Vitoria, se saldó con un sonoro fracaso. La organización a la que pertenecen, Asociación Víctimas del Terrorismo, declinó la invitación ante la “ausencia de una mayor solemnidad y un rigor organizativo acorde con las circunstancias”. Nunca volverán. “Estuve sólo ocho días en Legazpia, pero cuando volví al pueblo, mis hijas eran tres cadáveres”, recuerda María. “Pálidas, flacas, ojerosas, demacradas. Yo tampoco levantaba cabeza; no quería ni arreglarme; ni ponerme los vestidos que con tanta ilusión habíamos comprado juntos. Creía que mi marido iba a entrar por la puerta en cualquier momento. Dormía con mi hija pequeña abrazada; no pegaba ojo, y cuando intentaba darme la vuelta, ella me agarraba más fuerte. Yo pensaba: ésta, pobre… qué angustia tendrá. Pensará, ‘si se han llevado a mi padre, a mi madre no me la quitan”.

Ni apoyo psicológico. Ni ayuda jurídica. Ni una lotería. Ni un estanco. Ni un empleo en la Administración. El olvido más absoluto. A María Martín Peña, viuda, de 40 años, de profesión sus labores, le quedó una pensión de 14.000 pesetas. Poco dinero. Muy poco. Imposible que cuatro personas vivieran con esa cantidad. ¿Cuántas pesetas de hoy? En El País del 4 de mayo de 1976, un anuncio de Cortefiel ofrecía “trajes en pura lana virgen” a 6.575 pesetas.

El destino de las niñas iba a ser el Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil, en la localidad madrileña de Valdemoro, dirigido por religiosas. “No me quedó más remedio. Fue la decisión más dolorosa de mi vida”. Allí transcurriría la vida de María Jesús, Teresa y Toñi hasta finalizar los estudios, bien entrados los ochenta. “Ya no es sólo que maten a tu padre, sino que te organizan una serie de conflictos emocionales tremendos”, analiza Toñi de Frutos. “Nos separaban de nuestra madre y, encima, no nos atrevíamos a decir que los terroristas habían matado a nuestro padre. Teníamos un sentimiento de culpabilidad enorme. Las niñas nos preguntaban… y contestábamos que había muerto en un accidente. Lo ocultábamos. Lo de ETA era una cosa muy rara, muy distinto a lo que es un atentado ahora. Había gente que pensaba: ‘Si a ese le han matado, algo habrá hecho”.

María sufrió el mismo purgatorio. “Mentía. No sé por qué; pero la gente no encajaba lo de una muerte en atentado. No estaba sensibilizada. Los entierros eran casi clandestinos. Y pensaban que era casi lógico que te mataran: ‘Era guardia civil’. Eso ha ido cambiando. Yo creo que tras el atentado de Hipercor. Hoy, todos somos objetivos de ETA. Además, con la Asociación Víctimas del Terrorismo, que ahora cumple 20 años, hemos dado un paso adelante. Allí tienes gente con quien hablar, que te entiende, que conoce tu situación porque la ha vivido. Que te puede echar una mano psicológica, jurídicamente. Gente con la que puedes luchar para que te suban un poquito la pensión o para conseguir un puesto de trabajo para tus hijas. Con ellos no estás sola. Pero en el 76 no había nadie. Nadie. Y el PP ha hecho muchas cosas. Antes las puertas se cerraban. Ibas dando palos de ciego. Con éstos ha habido un reconocimiento moral y económico de las víctimas”. María Jesús, Teresa y Toñi definen a María Martín como una “Madre Coraje”. Luchó. Hizo de padre y madre. Tiró del carro. Animó a sus hijas a que salieran. Se tragó las lágrimas. A finales de 1976, se instaló en Madrid, en aquel piso que el matrimonio había comprado y que Antonio de Frutos nunca llegó a habitar. Cuentan que en el momento del asesinato, De Frutos ya había pedido el traslado. María no conocía a nadie en Madrid. A los 40 años se sacó el carné de conducir, comenzó a trabajar haciendo jerséis. Los fines de semana sacaba a sus hijas del colegio. Volvían a estar juntas. No hablaban del atentado. Nunca hablan del atentado. “La mayor tenía 14 años y me hacía muchas preguntas. No entendía por qué tenían que estar en un colegio cuando más me necesitaba; me preguntaba si tenía dinero para vivir. Muchas cosas las hemos aclarado cuando ya estaba casada. Les ha hecho mucha falta un padre. Y a mí, un marido”.

No lo ha superado. María nunca rehizo su vida sentimentalmente: “Le quería demasiado. Puedes asumir una muerte cuando es un accidente, una enfermedad. Pero esto no te lo quita nadie. Cada vez que escuchas un atentado, te vuelve todo a la cabeza. Y sólo piensas en lo que le espera a esa familia… Cómo les han destrozado. Te rompen tu estabilidad familiar, tu hogar, tus proyectos. Pregunte a las víctimas: escuchará estas palabras una y otra vez”.

La familia nunca ha sabido quién mató a Antonio de Frutos. “Ni les odio ni les perdono, porque nunca me han pedido perdón”, brama María Martín. “Sólo quiero que vayan de la cárcel a la tumba”. ¿Ven solución al conflicto vasco? María y dos de sus hijas son pesimistas. Una tercera ve grandes avances policiales, “pero escasos en la educación. Hay muchos jóvenes en el entorno de ETA, una nueva generación, y eso es una muestra de que el terrorismo no va a acabar”. Coinciden en la importancia de la solidaridad: “Piensas: ‘Dentro de lo malo, la gente me apoya’. Y cuando hay manifestaciones, es una gran ayuda moral. Aunque haya pasado tanto tiempo, aún te emociona. De verdad”.

Desde 1960, 840 asesinatos. Cada uno con su historia. Con una familia deshecha detrás. Tragedias anónimas para el gran público. La muerte a manos de ETA del cabo de la Guardia Civil Antonio de Frutos Sualdea, de 44 años, fue mucho más que una muerte. Fue una tragedia para estas cuatro mujeres. Hay otras 839 tragedias sin contar.